Tierra, Techo, Trabajo y Conectividad

Nicolás Echániz y Fabricio Puzio

 
 

Nos proponemos analizar nuestra realidad social, económica y de acceso a la conectividad desde la mirada de las organizaciones populares, repasando brevemente el origen de nuestro sindicato. Pensar la relación entre organización popular y soberanía tecnológica, los desafíos, los logros y las potencialidades. Recuperar las consignas históricas y la necesidad de conectividad en clave de derechos vulnerados. Y cómo, desde las comunidades organizadas y la densidad política de nuestras prácticas y propuestas, luchamos con estos emergentes. Revisar el rol de los monopolios de las telecomunicaciones trazando un paralelismo con el agronegocio. Pensar juntos y juntas otra Internet, nacida desde abajo, en oposición al discurso único predominante. Reconocer los logros de las redes comunitarias de Internet como actor social en el ámbito estatal de las telecomunicaciones. Recuperar algunas experiencias de los territorios de la UTR (Unión de Trabajadores Rurales-Córdoba), de una relación que entendemos virtuosa, entre tecnología y producción agraria de los pueblos.

Escribimos desde la esperanza, como la describe Paulo Freire.1 Esperanza no en la espera pasiva sino en la acción transformadora, en la práctica. Sin ingenuidades: sabemos que el sistema capitalista y el neoliberalismo vienen proponiendo un modelo de muerte y exclusión. Modelo de muerte en la pauperización de nuestros pueblos, el monocultivo, los agrotóxicos, la destrucción de la Madre Tierra. Modelo de exclusión económica, de deterioro de los servicios públicos y de sus trabajadoras y trabajadores (salud, educación, conectividad, entre otros). Los y las agentes estatales de mayor fricción social (enfermeras, médicas, maestras, entre muchos) reciben remuneraciones indignantes, condición necesaria y consecuencia de un sistema que no incluye a las grandes mayorías. Habitamos un mundo (en disputa en nuestro país) donde la mayoría solo servimos en función de los intereses de grandes capitales concentrados y de las ganancias de unos pocos.

Así lo vienen demostrando el alza del precio de los alimentos2 y la pérdida del poder adquisitivo de la clase trabajadora.3 Frente a esta realidad, son muchísimas las organizaciones sociales que desde la diversidad nacieron, herederas de las luchas históricas por la vida digna y la liberación de nuestro pueblo. El punto de inflexión de esta generación de luchadores y luchadoras sociales y militantes fue el estallido de 2001. De los movimientos de desocupados, fábricas recuperadas, del Frenapo,4 de las organizaciones campesinas y de tantas otras luchas de la década de 1990 y principios de la de 2000 venimos la gran parte de las organizaciones que hoy conformamos la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP).5 Nuestra herramienta es la sindical, la de los más empobrecidos de nuestra patria. Herramienta de lucha para mejorar las condiciones materiales de nuestro sector: el de los trabajadores y las trabajadoras en negro; cuyo origen fue la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP).6 Pero quienes trabajamos en la Economía Popular también somos quienes inventamos en contextos adversos nuestras propias fuentes de ingresos. En la ruralidad, con unidades productivas de alimentos sanos como fábricas de alimentos balanceados, incubadoras, producción hortícola perirurbana, avícola, porcina, de rumiantes y de ganado; siembras agroecológicas de forrajes y de granos, entre tantas otras producciones y emprendimientos, como los mercados de cercanía o de consumo popular. En lo urbano, con la increíble creatividad y tenacidad de las compañeras que materializan un proyecto textil o una panadería entre tantas otras formas donde la salida siempre es colectiva. Inventando y adoptando soluciones de tecnología apropiada para desplegar redes comunitarias de Internet, allí donde las empresas no llegan o llegan a precios excluyentes.

En la UTEP, convivimos un montón de organizaciones diversas (bien distintas de verdad) pero con una clara apuesta a la Unidad para defender nuestros intereses. Intereses de clase. Una clase que está representada por distintas ramas a lo largo y ancho de nuestra patria: cartoneras/os y recicladoras/es, textil, construcción, sociocomunitaria, trabajadoras/os de espacios públicos (vendedores ambulantes, artesanos, etc.) y agraria, entre otras. Frente a la desocupación luchamos por Trabajo digno y lo creamos día a día, en nuestras unidades productivas y cooperativas. Frente a la falta de tierras productivas para agricultores familiares, campesinos, indígenas y de los sectores hortícolas periurbanos gritamos Tierra. Frente a los desalojos y la falta de acceso a una vivienda digna gritamos Techo.

Frente a los derechos vulnerados, las organizaciones sociales intentamos brindar respuestas (o apagar los incendios) mientras luchamos para que el Estado reconozca esa vulneración o podamos crear nuestra propia solución. Son miles de compañeras que trabajan sobre la violencia de género en los barrios más empobrecidos y en las comunidades rurales, o con comedores populares, creando cooperativas para generar trabajo o produciendo alimentos sanos en el campo (y al campo, sabemos, siempre el Estado llega más tarde con el agua potable, con las rutas, con las escuelas o con la conectividad). Algunas de estas experiencias organizativas rurales, que son a las que pertenecemos, contienen un proyecto político integral para nuestra patria, en la densidad de sus prácticas, nacido desde abajo. Esas comunidades rurales reconstruyen, crean y despliegan el tejido social desde la solidaridad, abrazando en su caminar todas las aristas jodidas de la realidad: surgen los merenderos y los comedores, los espacios de educación popular, las/os promotoras/es de salud, los talleres de prevención de la violencia de género, de feminismo popular, las capacitaciones productivas, la carta para el intendente porque no hay transporte para llegar a la escuela, el escrache a un empresario local por abusador, el semillero donde nos apropiamos de la tecnología para desplegar una Red Comunitaria de Internet. Todas estas luchas las venimos sintetizando en el Plan de Desarrollo Humano Integral (PDHI).7

También alrededor de 2001 nació en el mundo, y particularmente en algunas ciudades de nuestro país, el movimiento de Redes Libres (de Internet), que en aquella época comenzaban a dar los primeros pasos hacia la construcción de una alternativa de conectividad no basada en los intereses de las grandes corporaciones sino en la colaboración entre pares. La transición en nuestro país de esta iniciativa desde la ciudad a territorio rural y pequeñas poblaciones, dio nacimiento a AlterMundi, como actor que condensó proyectos de desarrollo tecnológico abierto, con una mirada comunitaria para el despliegue de redes que permitieran la autoprestación de servicios de telecomunicaciones a comunidades sin ninguna formación previa en la materia.

Antes de la pandemia, ya en varios de nuestros territorios, en lo urbano y en lo rural, intuíamos la vulneración de un nuevo derecho: el de la conectividad. Luego, el diálogo de algunas organizaciones sociales con AlterMundi8 nos llevó a luchar juntos por la conectividad en barrios populares y territorios rurales. La irrupción de la Cumbre Argentina de Redes Comunitarias (CARC)9 como actor social fue fundamental para que, entre luchas y consensos, el Estado reconociera esta vulneración a través de la Subdirección de Proyectos Especiales del ENACOM,10 con sus dos programas: Barrios Populares y Roberto Arias.11

Después de la pandemia, lo que habíamos percibido inicialmente como una “vulneración”, hoy lo defendemos (como la gran mayoría) como un derecho inalienable: la escuela, el turno médico, el trámite bancario dependen del acceso a Internet. Por otro lado, muchas de las organizaciones sociales pudimos entender las causas de lo que sufríamos en nuestros territorios: las grandes corporaciones de las telecomunicaciones, que hacen cuentas antihumanas, prefieren pagar multas antes que brindar conectividad.

Entendimos también que luchar por conectividad no significa tan solo garantizar el acceso a Internet para nuestras compañeras y compañeros, es al mismo tiempo una pelea por el sentido, por la palabra. ¿Qué Internet construyen los grandes capitales? ¿Qué Internet necesitamos las grandes mayorías? ¿Es posible construir una Internet más humana y menos pensada como una herramienta más de extracción de valor?

En 2010, durante las primeras Jornadas Regionales de Redes Libres decíamos que el acceso a Internet alcanzará a todas las personas en algún momento, pero qué forma tendrá esa Internet, qué intereses potenciará, qué discursos silenciará, eso depende de decisiones para nada fortuitas. En esas decisiones, los Estados y los pueblos tienen que tener voz y participar para evitar que ese territorio, el digital, se convierta de manera irreversible en otro más de los que controla a su antojo el poder global concentrado. El panorama era desalentador en 2010 y en 2022 lo sigue siendo, con tendencias más consolidadas hacia el control de la red y sus contenidos por parte de cada vez menos actores.

En Internet y en el mundo digital, la escasez (que tantas veces es artificial y solo se manifiesta como resultado de la concentración y distribución desigual de recursos) es todavía más innecesaria, casi obscena. Podríamos hoy en día disponer en todas las escuelas del país y del mundo de una copia digital de todos los libros escritos en el planeta y ocuparía tan solo una computadora con suficiente almacenamiento. Pero esto, que parece tan trivial, no lo hacemos, porque va en contra de leyes escritas cuando el mundo de lo digital y la posibilidad de replicar y distribuir piezas culturales con costo prácticamente nulo, no existía. De la misma manera, el monopolio de la palabra utiliza la Internet que hoy tenemos como herramienta indispensable para la construcción de una monocultura global

Quienes impulsamos las redes libres comunitarias proponemos otra Internet, desde abajo, desde el primer kilómetro y no hacia la última milla. Una red de redes donde las personas toman en sus manos el desafío de construir una infraestructura de escala humana, con tecnología que pueden apropiarse, con una mirada plural y diversa. Redes donde quienes participan buscarán no solamente consumir la última serie de moda y reírse con el último TikTok viral. Disputarán sentido, ejercerán su derecho a expresar sus opiniones y a acceder y compartir la información que consideran constructiva en pos de la transformación social que buscan y necesitan.

En José de la Quintana, provincia de Córdoba, con financiamiento del programa Desarrollo Armónico con Equilibrio Territorial del Consejo Económico y Social, AlterMundi, en asociación con Trabajadorxs Unidxs por la Tierra, construirá, en terrenos que durante la dictadura sirvieron de espacio de detención ilegal y desaparición de personas, el primer IXP (Internet Exchange Point) comunitario de la Argentina y probablemente del continente. Allí mismo, en el Refugio Libertad, se montará la fábrica de LibreRouter,12 dispositivo que desde hace años permite a comunidades en todo el mundo desplegar sus propios pedazos de Internet.

Este cruce entre organizaciones sociales territoriales, de base y el movimiento de redes comunitarias, produce un nuevo actor en el escenario de las telecomunicaciones, así como la ruralidad organizada lucha por la soberanía alimentaria y el acceso a la tierra, esas mismas familias hoy pelean por su derecho a participar del debate público, haciendo parte de Internet, co-creándola en sus territorios. Esas familias que se ven obligadas a pagar absurdos planes prepagos para tener servicios paupérrimos, que muchas veces necesitan desplazarse de sus hogares buscando una rayita de señal, que comparten a veces un solo dispositivo desde donde necesitan hacer la tarea los menores de la casa… Hoy deciden subirse a sus techos, enlazar sus casas y construir su pedacito de Internet, ya no como ciudadanos digitales de segunda categoría. Y hoy en la Argentina, pueden hacerlo con el apoyo del Estado a través de los programas del ENACOM para redes comunitarias.13

El espacio que en otra época tenía la imprenta, hoy lo ocupan las redes y así como Clarín se apropió de Papel Prensa con la ayuda de la última dictadura genocida, también se encargó de construir un monopolio digital al adquirir Telecom/Personal durante el gobierno de Mauricio Macri. Hay regiones de nuestro país donde más del 80% de la conectividad a hogares es controlada por el Grupo Clarín. El nivel de control sobre la circulación de información que esto posibilita es inconmensurable. Más allá de las obvias distorsiones de mercado que estos niveles de concentración generan, los riesgos para la democracia frente a autoritarismos apoyados por estos monopolios son altísimos.

El agronegocio concentrado, el oligopolio de la cadena de la producción de alimentos, el modelo de agroquímicos, fumigaciones y tecnología privativa de las semillas; expulsa y desaloja familias, pequeños productores y campesinos a lo largo y ancho del país, condenando a las grandes mayorías a pagar los precios que su avara rentabilidad mande, por alimentos llenos de agroquímicos que no generan empleo. La monocultura dominante en Internet, el monopolio de las grandes empresas de telecomunicaciones y de contenidos, es un modelo que nos excluye y nos impone sentidos únicos, contaminados, que se complementan con las constantes campañas mediáticas de los grandes medios (propiedad de los mismos grupos económicos) en el campo y en la ciudad.

Este diálogo entre las redes comunitarias, AlterMundi y las organizaciones rurales también viene pariendo potencialidades de desarrollo productivo. Este intercambio desde el conocimiento específico de la programación y la electrónica, con la agricultura familiar y la producción agraria popular nos permite pensar proyectos como el de Comunidad Trabajo y Organización (CTO) en el Valle de Traslasierra (Córdoba), que ya desplegó su Red Comunitaria de Internet hace tres años.14 Ahora, las compañeras de esos parajes pueden compartir con un humilde teléfono qué producción de huevos tienen y las de comercialización ofrecerlos en un grupo de WhatsApp. Ahora pueden pensar en desarrollar un portal de ventas propio o sumarse a alguno existente que no sea el monopólico Mercado Libre. Con una mínima inversión de diez dólares adquirieron una pequeña placa con wifi incluido, que controla sensores de temperatura y humedad. Esa placa, colocada en una incubadora, envía a través de la red comunitaria los datos de temperatura y humedad a un servidor y un bot de Telegram envía alarmas a un teléfono cuando esos datos se salen de los parámetros establecidos. Y no solo eso, el registro histórico de los datos de una incubadora que funciona bien (70% de nacimientos) permitió mejorar el rendimiento final de incubadoras de menor calidad (y menor precio) llevándolo de un 33% inicial a un 70%, al “imitar” mediante ajustes físicos y de temperatura el comportamiento de la anterior. Este pequeño ejemplo ilustra las infinitas posibilidades que abre el encuentro entre la construcción popular organizada y las redes comunitarias de Internet.

El ambicioso título de este artículo, “Tierra, Techo, Trabajo y Conectividad”, es una expresión de esperanza, una apuesta y un compromiso de quienes sabemos construir desde la solidaridad, en un mundo donde para hacerlo hay que disputarle cada metro al poder concentrado y su ambición sin límite.

 

1. Paulo Freire (1992). Pedagogía de la esperanza, Buenos Aires: Siglo XXI Editores.

13. El caso de las redes comunitarias en la Argentina es referencia en el mundo. El programa Roberto Arias es el primero que destina Fondos de Servicio Universal exclusivamente para operadores comunitarios sin fin de lucro. Este programa, que permite no solamente financiar equipamiento y despliegue de red, sino también formación, dispositivos que faciliten el acceso en la comunidad, mano de obra y ancho de banda, establece un precedente que está siendo observado a nivel internacional. La Coalición Dinámica por la Conectividad Comunitaria del Foro Global de Internet de Naciones Unidas, ha publicado ya en su informe anual de 2021 un artículo sobre este importante programa [https://comconnectivity.org/community-networks-towards-sustainable-funding-models/].

14. Semillero de Redes Comunitarias junto a la CTO Traslasierra: https://youtu.be/_EMmU707-v4 y Comunidades Haciendo Internet – Nuevas Redes: https://youtu.be/fnHJfDJwEiY.