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Sin perspectiva feminista, lo tecnodigital continuará acaparado
Marina Benítez Demtschenko
El manejo, desarrollo, conceptualización e interpretación de las Tecnologías de la Información y la Comunicación no pueden carecer ya de un enfoque integral que surja de la consideración de las brechas digitales de género. De la misma manera que la relegación del sector poblacional de mujeres opera en otros campos, las TIC y la construcción teórica de la Era Digital resultan fallidas cuando se las visualiza sin la consideración de la realidad y experiencia de la mitad de la población.
Cada aspecto de la Era Digital y de sus componentes suelen ser tomados como válidos, útiles, progresivos o generadores de oportunidades (o no), según la visión de quienes acceden y logran monopolizar los medios de producción. Sin embargo, la perspectiva feminista aplicada no significa “incorporar a las mujeres” sino atender a un enfoque mucho más profundo sobre sus necesidades específicas en un tiempo que nos excluye por definición.
¿Por qué cuesta tanto entender qué es la perspectiva feminista?
Se escucha a diario, se lee en muchos textos y se usa discursivamente como cliché pero la perspectiva feminista sigue siendo ese ítem a tildar en todo campo de abordaje, que muy pocas personas entienden cómo aplicar. La Era Tecnodigital nos impone –en cualquier rol que ostentemos– considerar también la perspectiva feminista para equilibrar una balanza de desigualdad en la comunidad digital, pero rara vez logra consolidarse como un lineamiento ético de efectiva observancia y cumplimiento.
Teniendo en cuenta el cambio de paradigma propuesto en las décadas de 1980 y 1990 por la (feminist) standpoint theory como recurso epistémico, se puede pensar al abordaje científico dado en la producción de conocimiento y la institucionalización de las disciplinas (desde el siglo XIX), como dominado por un solo sector social: los hombres. Esto mismo ocurre en la Era Digital, monopolizada por el sector masculino en todas sus instancias (“el padre de Facebook”, “el padre de Microsoft”, “el padre de Apple”, “el padre de Twitter”, “el padre de Amazon” y así, todos varones promotores, productores, ideadores y generadores de), donde las mujeres quedamos limitadas a roles secundarios, adaptándonos a lo ya hecho o conformándonos con lo producido. Sin pensar, en la vorágine del siglo XXI, que una vez más recibimos lo que los varones creen que nosotras necesitamos.
No basta con considerarnos “beneficiarias” para tener por cumplida nuestra cuota de participación en la Era Digital. La inclusión de las mujeres en tiempos tecnodigitales debe conllevar la construcción conjunta de todo lo que supone la producción de conocimiento y de productos culturales (como lo son las Tecnologías de la Información y la Comunicación) con una participación activa y efectiva, de involucramiento en todas las instancias: pensar, producir, desarrollar, interpretar, entender, proponer, criticar, elaborar, evaluar, explorar todas las oportunidades.
Lo “situado”1 –la propuesta de la feminist standpoint theory– no se logra hablando por nosotras ni propiciándonos espacios que al sector dominante le resulten “tolerables” –esto es no-incómodos para ellos–; tampoco se cumple permitiendo la participación de mujeres en tanto y en cuanto no alteren el statu quo. Se promueve, entonces, cuando se toma dimensión de la importancia de nuestra presencia y aporte como parte de la sociedad en donde se insertan contenidos, servicios, productos y medios de producción tan relevantes para el ejercicio diario de derechos. Porque sin nosotras, lo que se termina logrando es una retroalimentación de aquel siglo XIX que dejamos atrás: la ciencia y las innovaciones tecnodigitales vistas y pensadas tan solo desde un único punto de vista. El hegemónico.
Entonces, a la perspectiva feminista hay que entenderla como una propuesta superadora y no como un cliché. Además, se encuentra consolidada legalmente a partir de normativa específica en la Argentina (la ley 26.485) y a partir de la ratificación de Tratados Internacionales que al día de hoy integran nuestra Constitución Nacional (Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer –CEDAW–). Esto la torna obligatoria y no opcional. Hay que entenderla para luego aplicarla, garantizarla y promoverla eficientemente en cada campo de desenvolvimiento y producción humanos, entre los que sin dudas está también la Era Digital.
Como se dijo antes, no está cumplida la ruptura del paradigma con el solo hecho de incluir mujeres; las mujeres participantes activamente provocarán conocimiento situado en tanto puedan reconocerse integrantes de un sector relegado históricamente, y por ello, detentoras de información hasta ahora no tomada en consideración.
¿Qué es entonces la perspectiva feminista? Su aplicación en la Era Digital
Desde la Perspectiva de Género se diseña una infinidad de propuestas, programas y acciones alternativas, oficiales y civiles, para afrontar los problemas sociales generados en la opresión de género, la disparidad entre los géneros y la inequidad y la injusticia resultantes. […] No se habrá adoptado la Perspectiva de Género […] cuando se pretenda satisfacer una necesidad vital femenina con los mismos elementos y en la misma forma en que los hombres satisfacen sus necesidades vitales. Menos aún si no se comprende que los caminos de las mujeres vienen de su condición y de sus situaciones particulares, y que ellas no pueden convertirse en hombres ni seguir los caminos de ellos.3
La interseccionalidad deviene crucial en el abordaje propuesto por la perspectiva feminista; supone entender que el “sector poblacional de las mujeres” no es una masa amalgamada de vivencias integradas por igual ni en un solo sentido, sino que en lo desaventajado confluyen muchos otros elementos sociales, políticos, económicos y educativos que hacen jugar de manera diferencial la experiencia de las mujeres, incluso entre sí mismas. Algunas peor, otras mejor; algunas más relegadas que otras; otras más oprimidas que las primeras. Cada posición dentro del sector poblacional de las mujeres es producto de opresiones confluyentes y por ello no es posible dar una única solución pretendiendo que abarque todas las situaciones que se presentan en nuestra experiencia dentro de la categoría. Una mujer racializada, una mujer rural, una mujer analfabeta y una mujer blanca y universitaria no tienen la misma vivencia en un mismo escenario presentado frente a ellas. Es un error pensar la Era Digital sin reconocer las brechas digitales de género. Pero es cierto que la confluencia de las brechas de género –“tradicionales”, podríamos decir– que nos atraviesan a las mujeres desde antes minan el campo con un obstáculo mucho más desafiante. ¿Podremos ver superadas semejantes inequidades, con suerte, en este siglo? Las tecnologías de la información y la comunicación producidas por ellos, desarrolladas por ellos, pensadas por ellos, mesuradas por ellos, implementadas por ellos, dispuestas por ellos y explicadas por ellos solo logran una Era de la humanidad otra vez escrita, explicada y protagonizada por los hombres. Y ni hablar, también disfrutados por ellos los beneficios y las oportunidades. De aquí lo acaparado.
Las mujeres en la industria IT
Por esta razón, la presencia de mujeres en la industria tecnodigital es uno de los grandes desafíos del siglo. Si en ella se concentran los medios de producción y el poder actual, imaginemos que otra vez el monopolio del sector es indiscutidamente detentado por varones. Está ya estudiado que la barrera autoimpuesta sobre nosotras y basada en la socialización primaria tiene gran incidencia en las elecciones posteriores. También, la idea de la “tecnofobia” refuerza nuestra autoconcepción de participación pasiva o como espectadoras del quehacer de un “otro” que entenderá mejor que nosotras.4 Pero no por identificar este freno es dable pensar que ninguna de nosotras querría interesarse profundamente con lo que está tomando cuerpo en la comunidad internacional del siglo XXI. La irrupción de mujeres en la industria es un fenómeno lento pero valioso, el problema es lo que hay después: un sector de la actividad plagado de sesgos machistas que nos excluye aun cuando pudiéramos lograr franquear los primeros obstáculos culturales dados. Visibilizado por las comunidades de técnicas, desarrolladoras, ingenieras en sistemas e informáticas de toda rama, enfrentarse a los equipos técnicos que siguen copados por varones renuentes a la inclusión no es nada fácil. Desde el destrato cotidiano hasta los acosos sexuales, el ambiente IT es un campo machista que implica una energía adicional para aquellas mujeres que pretenden trabajar en la industria. De aquí que ya no la presencia femenina, sino lograr la aplicación de la perspectiva feminista en este ambiente se presenta como una faena titánica, por no decir utópica.
“Las pocas mujeres que se insertan en ámbitos laborales relacionados con la CyT tienen dificultades para acceder, mantenerse y ascender en sus carreras, y esto se debe a un conjunto de causas que se retroalimentan entre sí […].”5 Las estadísticas facilitadas por las universidades técnicas de la Argentina indican que menos del 20% de la nómina estudiantes son mujeres.6 En materia de egresos, sin embargo, somos el 40% de la población universitaria que obtiene al título, pero al profundizar en la inserción laboral y nuestra permanencia nos topamos otra vez con un porcentaje crítico: solo 24% del total somos mujeres en el rubro ciencia y tecnología en el país.7
El nivel usuaria
Creer que por tener un equipo conectado, navegar entre redes sociales y utilizar algún que otro recurso con asiduidad –un almacenamiento remoto, por ejemplo–, tenemos una apropiación digna de las TIC es una falacia peligrosa. Y no es solamente una “cuestión generacional”: la brecha digital de género segunda trata sobre el pobre aprovechamiento de las oportunidades existentes en estos tiempos, debido a nuestra pertenencia al ya tan mencionado escalafón desaventajado, y tiene una relación directa con las otras dos brechas digitales de género.8 El problema adicional para las mujeres es que un uso defectuoso tecnodigital puede conllevar riesgos en la integridad física, sexual, psicológica, dada la violencia machista que nos atraviesa.
La necesidad de alfabetización digital en todos sus niveles se impone complementaria a la idea de la inclusión tecnodigital. Una porción de la población femenina podrá reconocerse habilidades exploratorias en esta materia, sin dudas. Pero ¿hasta dónde es posible lograr la propia inserción en tiempos conectados sin políticas públicas que la fomenten?:
La falta de prácticas personales de seguridad digital por parte de las mujeres es un problema generalizado como consecuencia de la poca información de calidad que reciben […] no es un problema atribuible a las mujeres […] son necesarios mayores esfuerzos por parte de los actores implicados para cerrar la brecha de género en la alfabetización digital y para disminuir los impactos negativos de los estereotipos de género que las alejan del control de las tecnologías.9
Los derechos digitales como llave
Notamos entonces que la inclusión digital no se logra meramente con “abrir la puerta” a la vida conectada en plenitud y fomentar que nos movamos en ella a nuestras anchas, sino que es necesario que se diseñen políticas públicas y privadas que nos generen la necesidad de priorizar estos pilares hoy. Esto, en cuanto a las mujeres mismas. Para los varones, el despliegue requerido es por lejos, mucho más simple: que se involucren para mitigar y hacer frente a la violencia machista de una buena vez (de existir realmente ese compromiso con la igualdad entre los géneros). Revisar las maneras en que la violencia machista se sigue perpetrando en todas las órbitas y muchos niveles en forma de acciones y también en forma de omisiones, tolerancias frente a pares, subestimaciones o peor aun, en la objeción de lo ya sustentado en experiencias y estadísticas sobre la realidad de las mujeres. La desigualdad en la Era Digital no es un fenómeno de generación espontánea.
Cuando hablamos de apropiación –o no– por parte de las mujeres de la Era 3.0 hay que considerar en profundidad todos los aspectos previamente expuestos. Bajo ningún concepto los varones están por fuera de la problemática, como si el impedimento fuese de “ellas” o (como en los últimos años se ha dado en imponer en el discurso del sector de varones) “de esos otros que no soy yo”.
Volviendo a las políticas públicas necesarias, considero una manera por demás efectiva de propender a la alfabetización digital de las mujeres y lograr atraer su interés hacia un desenvolvimiento tecnodigital óptimo el promover y reivindicar su carácter de titulares de derechos digitales.10 Es un camino rápido y directo para el fortalecimiento como integrantes de un ecosistema digital sumamente hostil y expulsor.
Pero la alfabetización digital con eje en los derechos digitales es un delicado proceso en el que se debe garantizar que las mujeres nos veamos reflejadas en la persona que comparte el conocimiento. Últimamente, el problema de diferentes iniciativas es que quienes “enseñan” lo hacen con una brecha comunicacional tan grande que a duras penas se logra hilar. Tecnicismos, soberbia y exhibición de superioridad que una vez más, quizá determinante, nos terminan alejando.11
Conclusiones
El quid de la cuestión no está solamente en lo que se ofrece como programa de alfabetización digital sino también en cómo se ofrece y en quién lo ofrece. Los productos pensados sin perspectiva feminista en la Era Digital no funcionarán para reducir las brechas digitales de género entre la mayor parte de la población de mujeres. Se impone, sin dudarlo para nosotras, el estar preparadas para dar batalla en pos de nuestra propia inclusión digital. Advertidas de la segregación por defecto que opera, resta entonces la disputa del espacio de poder del cual, por defecto, también se nos priva.
No basta ya el manifiesto acongojado (hacia el público espectador) por la realidad de las mujeres si carece de acciones concretas que le den sentido en la diaria. Las “empresas y los gobiernos” como órbitas de poder por definición, no son entes abstractos sino estructuras en donde se tejen negociaciones, facilidades, toma de decisiones y ejecución de políticas “desde arriba” por el sector dominante y hegemónico. Entonces la clave está primero en reconocer que no es falta de mérito de las mujeres su no inclusión digital significativa, sino que es suyo el compromiso a asumir (por quienes acaparan el poder). Propiciar la distribución concentrada en el monopolio creado ahora les toca.
Para idear nuevos horizontes de pensamiento y construcción –como si “la madre de Facebook”, “la madre de Apple”, “la madre de Microsoft”, “la madre de Amazon” fueran posibles en las próximas irrupciones del curso de la humanidad– se requieren espacios libres de violencias machistas. Si hasta el día de hoy, en pleno siglo XXI, la mitad de la población mundial ni siquiera puede intervenir en un diálogo relacionado con estos medios de producción, ni realizar una aproximación crítica y mucho menos postear algo en cualquier entorno virtual sin recibir embates que las descalifiquen por sus opiniones, su falta de manejo de los recursos tecnodigitales o su mera presencia e interacción en la web, entonces se las está privando de muchos derechos en la “resistencia” a su inclusión.
La hiperconectividad exige urgente que este devenir histórico y cultural que nos continúa presionando en el escalafón de lo prescindible, se altere y quiebre. Hasta que la deuda con nuestra inclusión digital efectiva no se logre entender tanto pendiente como urgente, lo tecnodigital continuará acaparado. Resta esclarecer si contaremos con la toma de conciencia de los que lo acaparan y su consecuente acción en pos de quebrantar la desigualdad que sostienen y de la que se benefician, o no. Ya tienen el algoritmo para cambiar el funcionamiento del sistema entero. La obligación de ponerlo en marcha es –ética y jurídicamente hablando–, de quienes están en mejores condiciones de hacerlo.
Las TIC solo serán “inclusivas” en la medida en que las mujeres seamos integrantes proactivas del armado, la puesta en marcha, el diseño de las estrategias y la distribución de beneficios, y no cuando el sector detentor del poder tecnodigital dé, a su entender, por “cumplidas” las instancias de nuestra participación.
1. Como sujetas históricas y políticas, las mujeres somos puntos situados de la producción de conocimiento y podemos por ello aportar conocimiento que resulta inalcanzable desde posiciones aventajadas, hegemónicas y privilegiadas como las que ostentan los varones. Así, la standpoint theory des-coloca el valor de productor de conocimiento del varón y lo deposita sobre los sectores desaventajados políticamente en la trama social, para que estos puedan mostrar realidades situadas y ampliar el estudio de las ciencias de la sociedad, con sus (nuestras) voces basadas en experiencias disímiles de lo mainstream.
2. Consejo Económico y Social de Naciones Unidas (1997), Conclusiones Convenidas, pág. A/52/3.
3. Benhabib, S. y Cornel, D. (1990). Teoría feminista y teoría crítica. Valencia: Alfons el Magnánim.
4. International Telecommunications Union-ITU (2020). “Las mujeres, las TIC y las telecomunicaciones de emergencia: Oportunidades y limitaciones”, Ginebra.
5. Szenkman, P.; Lotitto, E.; Alberro, S. (2021). “Mujeres en Ciencia y Tecnología: cómo derribar las paredes de cristal en América Latina”. Documento de Trabajo Nº 206. Buenos Aires. CIPPEC.
6. Presidencia de la Nación Argentina (2021). “Mujeres en ciencias duras, un desafío de muchos años”. Disponible en https://bit.ly/3xq4NlK. Última consulta: 14 de abril de 2022.
7. Szenkman, Lotitto y Alberro, op. cit.
8. La primera, “de acceso” y la tercera, de “permanencia en plenitud” en el uso de la conectividad [Benítez Demtschenko, Marina (2020). El derecho informático con perspectiva de género. Repositorio Digital Institucional de la Universidad de Buenos Aires. Ciudad Autónoma de Buenos Aires].
9. Secretaría General de la Organización de los Estados Americanos (2021). La ciberseguridad de las mujeres durante la pandemia del Covid-19. Libro Blanco Serie VII. Ciudad de México. Organización de los Estados Americanos.
10. Los derechos digitales no están unánimemente reconocidos como una categoría autónoma de derechos, pero se fundamenta la distinción de los “tradicionalmente ejercidos” con la observación misma de las características de la actividad humana a través de Internet: el Derecho no puede responder clásicamente a riesgo de perderse de muchos aspectos sin precedentes.
11. Para ser una comunidad digital con poder de decisión, tenemos que conocer de #SeguridadDigital y de #SeguridadInformática (ver Benítez Demtschenko, Marina [@marbendem], hilo de tweets: https://bit.ly/37TEHNg, 9 de marzo de 2022).