Sexualidad integral en la era de la virtualidad

Betiana Caceres, Débora Fiore y Cecilia Valeriano

 
 

Introducción

Hace poco más de cuarenta años la irrupción del virus de inmunodeficiencia humana (VIH) trajo la sexualidad al centro de la escena pública. Aquello que hasta entonces pertenecía al ámbito privado se develó, mostró su multiplicidad de dimensiones y desafió los patrones culturales de la época. De la mano del movimiento hippie en la década de 1970, la tercera ola feminista y lo que se conoció como el destape de la década de 1980 se reconfiguró el modo de comprender y hablar de la sexualidad, ya no centrada en la función reproductiva sino en el placer, la salud, las diversidades y los derechos. Se trata de un quiebre cultural que sigue en disputa hasta hoy, que deja también en evidencia la complejidad e integralidad de otras dimensiones de la sexualidad, hasta entonces negadas.

La expansión de Internet es prácticamente contemporánea a este cambio cultural. Sin embargo, en las décadas de 1970 y 1980 era difícil pensar que ese progreso, ligado fuertemente a las tareas de inteligencia militar, se masificara en pocos años y se convirtiera en el fenómeno social más importante del nuevo siglo. Este crecimiento sin techo imaginable hasta ahora nos muestra una nueva forma de habitar el mundo y de vivir la sexualidad, vincularse con las personas, practicar la genitalidad y hasta enamorarse en una sociedad donde ya no existen barreras entre lo virtual y lo real. En otras palabras: estamos en Internet porque Internet está integrado a nuestra vida del mismo modo que la escuela, el trabajo, la calle, el gimnasio o los encuentros con amigos y amigas. Y, al igual que en estos ámbitos, en Internet hay reglas, peligros y oportunidades u ofertas de disfrute.

Este capítulo busca profundizar en algunos conceptos básicos asociados a la sexualidad integral, los derechos sexuales y reproductivos y la salud, entendiendo que el desafío está hoy en habilitar formas de vincularnos en los entornos digitales que superen el control y promuevan el desarrollo de una cultura basada en el cuidado.

Se trata de generar habilidades para que las nuevas generaciones ejerzan sus derechos sexuales y (no) reproductivos en estos escenarios, pero también de entender que estas habilidades, que llamamos de ciudadanía digital, fortalecen el ejercicio de los derechos de la sociedad en su conjunto.

Sexualidad integral e Internet

La sexualidad es una dimensión del desarrollo de las personas que sucede desde el nacimiento. Incluye la genitalidad y también los sentimientos, la afectividad, la identidad y las formas de relacionarnos. También se refiere a experimentar el placer, ejercer los derechos sexuales y (no) reproductivos y reconocer y cuidar el propio cuerpo y el de otras personas.

Por eso, para abordar la sexualidad se requiere hacerlo de forma integral. Es decir, considerar las dimensiones sociales, afectivas, psicológicas, históricas y biológicas que influyen, moldean y organizan las formas en las que vivimos y expresamos nuestra sexualidad. Implica romper con los enfoques biologicistas que la asocian a un proceso exclusivamente orgánico y, por lo tanto, excluyen la subjetividad constitutiva de las personas en tanto sujetos que poseen un cuerpo. A su vez, el paradigma integral confronta los enfoques moralistas centrados en creencias y mandatos asociados a comportamientos sexuales esperados, prohibidos y/o habilitados en un contexto social, cultural e histórico específico. Por el contrario, pone en juego los sentidos sociales existentes acerca de la sexualidad y la forma en la que estos organizan formas de vincularnos, enamorarnos, pelearnos o reconciliarnos en función del entramado cultural en el que vivimos.

La integralidad es, entonces, un modo sistémico y complejo de comprender la sexualidad que se sostiene sobre la valoración de la diversidad. Entiende la sexualidad como una experiencia personal y exclusiva, pero también social y cultural. Es una dimensión que nos atraviesa desde siempre y, en algunos contextos, desde antes del nacimiento. Por ejemplo, cuando comienza la significación sobre el cuerpo de quienes, aún sin nacer, llegarán al mundo con una genitalidad que será interpretada socialmente para asignarle un género a partir del que serán socializados y educados.

Desde esta perspectiva cabe preguntarse cómo, en el ámbito social tan masivo de Internet, las personas viven, desarrollan y expresan su sexualidad. Hoy Internet y las redes sociales son parte fundamental de nuestra realidad cotidiana y naturalizamos el uso que hacemos de ellas. También gracias a Internet, las relaciones humanas, laborales, sociales y familiares se han mantenido durante la pandemia por COVID-19. En los últimos dos años, desde los baby boomers hasta la generación touch han pasado a relacionarse en Internet con habitualidad: consultas médicas virtuales, zoompleaños, clases por videollamada o conferencias magistrales. Con más o menos ayuda, recursos económicos y simbólicos, todas las personas interactuamos con otras a través de Internet. Y si antes la gente se conocía en la escuela, el barrio, el trabajo o el boliche, hoy debemos sumar Internet a esta lista.

En un entorno presencial existen características propias, así como aprendizajes y experiencias que nos ayudan a desenvolvernos en la vinculación entre personas. Existen pedagogías a partir de las cuales aprendemos a entablar relaciones y reconocer las particularidades verbales, corporales, gestuales y del contexto que nos permiten interactuar. Estos aprendizajes también implican el desarrollo de prácticas de cuidado en las que, si observamos que algún dato de esa comunicación nos incomoda, podemos anticipar acciones para evitar pasar un mal momento.

En Internet, la ausencia de cuerpo físico limita la multiplicidad de recursos comunicativos que conocemos de la presencialidad y, por lo tanto, esto reorganiza los modos de relacionarnos. La soledad física en la vinculación puede ser una oportunidad para la exploración y el autoconocimiento, pero también dificulta el desarrollo de la empatía. Es por esta limitación que, muchas veces, las emociones manifestadas en Internet se expresan con más intensidad y hasta con agresividad o violencia.

La falta de presencialidad implica, también, la posibilidad del anonimato. Vincularse sin develar la propia identidad puede abrir experiencias de disfrute. El anonimato puede ser erotizante y permitir un juego estimulante y placentero. Pero también puede derivar en la manipulación de quienes ocultan sus verdaderas identidades con el interés de violentar o extorsionar. Esto no significa que la experiencia sexoafectiva en Internet sea mala o peligrosa. Pero debemos tener conciencia de que lo que sucede en la virtualidad es parte de la realidad y está atravesado por los prejuicios, la violencia y las injusticias del mundo en que vivimos. Por lo tanto, para que la sexualidad sea libre y placentera debemos conocer nuestros derechos sexuales y (no) reproductivos, ejercerlos y, sobre todo, reconocer cuando otra persona los está vulnerando, para poder pedir ayuda.

Por último, subir un dato o imagen a Internet implica la pérdida del control de ese contenido, ya que es potencialmente incontrolable su réplica. Por eso, es importante trabajar en el respeto del consentimiento, igual que lo promovemos en la presencialidad: acordar lo que queremos y lo que no. Así como en las interacciones sociales es necesario desarrollar habilidades y prácticas de cuidado, debemos crear buenos hábitos digitales que nos permitan disfrutar de nuestra sexualidad sin riesgos.

Diálogos intergeneracionales y prácticas de cuidado

Internet es un espacio público. Como tal, en él conviven e interactúan distintas personas con diversas intenciones. Fomentar un paradigma de cuidado significa construir vínculos de respeto y confianza que promuevan el aprendizaje entre generaciones y que nos permitan promover una escucha atenta y empática. El acompañamiento a niños, niñas y adolescentes debe incluir su actividad en línea, donde no solo usan y consumen los contenidos ofrecidos, sino que ejercen sus derechos ciudadanos. Y para que estos sean garantizados necesitan tener educación, escucha, compañía y cuidado.

Sin embargo, muchas personas adultas no cuentan con conocimientos para comprender cómo funcionan las aplicaciones, programas o plataformas digitales. Como consecuencia, tampoco tienen acceso a las herramientas de cuidado, como el buen uso de contraseñas, las formas de configuración de privacidad o cómo gestionar los riesgos a la hora de hablar con desconocidos. Esta “brecha digital”, es decir, la distancia simbólica que aleja a chicos y chicas de adultos, es una de las dificultades a sortear para lograr un diálogo intergeneracional.

Pero más importante aún es superar la falta de empatía que, muchas veces, se evidencia en las personas adultas para acercarse y comprender la cultura digital. El menosprecio de las acciones que suceden en línea (comentarios como “¿Qué te importa si alguien te pone like?”, “A tu edad me preocupaban cosas más importantes”, entre otras) profundizan la brecha.

Por último, algunas personas adultas no se sienten referentes en estos entornos digitales y eso las lleva a evitar participar, cuidar y acompañar a las chicas y los chicos cuando usan Internet. Esta creencia de que las personas adultas son inmigrantes digitales y que, por haber nacido en la época pre Internet y redes sociales, poco comprenden de esos entornos tuvo como consecuencia que se ausentaran de las tareas de acompañamiento. Además, se desvía el foco de lo más importante: la mirada madura, crítica y reflexiva, más allá de los conocimientos digitales. En conclusión: no hace falta ser expertos, ni usuarios activos, sino trasladar el sentido común –el mismo criterio que utilizamos para resolver conflictos en el mundo analógico– y elegir ser partícipes del acompañamiento y el cuidado digital.

Existen numerosas acciones que podemos desarrollar para superar esta brecha. La primera es, simplemente, hablar: generar espacios de escucha e intercambio sobre las motivaciones, los gustos o las preocupaciones. También, trabajar la empatía: conocer qué les gusta y entusiasma, evitando los juicios. Por último, conocer las plataformas y, cuando sea necesario, pensar soluciones que no necesariamente impliquen retirarse del espacio digital. Esta autoexclusión no hace más que castigar a quien tuvo una experiencia negativa.

Igual que en las prácticas fuera de línea, una de las preocupaciones más habituales en los entornos digitales son el bullying y el abuso. El ciberbullying es el hostigamiento sistemático y sostenido en el tiempo entre niños, niñas y adolescentes en entornos digitales. A diferencia del bullying, y por las características de estos entornos, puede tener mayor alcance, ampararse en el anonimato, e incluso con más agresividad. Por su parte, llamamos grooming al contacto de una persona adulta hacia un niño, niña o adolescente con la intención de abusar de su integridad sexual a través de plataformas digitales. Si bien es difícil para las víctimas identificar las alarmas, el grooming tiene muchas de las características ya conocidas del abuso sexual en la infancia, que las personas adultas podemos reconocer.

Por eso, la Educación Sexual Integral (ESI) es una de las principales herramientas para prevenir y afrontar diversas situaciones que ocurren en los entornos digitales y que pueden afectar los derechos de niñas, niños y adolescentes.

La Educación Sexual Integral como respuesta

En función de lo descripto y analizado hasta acá, vemos que lo digital e Internet se presentan como nuevos ámbitos en los que se desarrollan las mismas situaciones que históricamente se daban en otros contextos. Por este motivo, es relevante que extendamos una respuesta como la Educación Sexual Integral, que hemos probado como efectiva para el ejercicio de una sexualidad plena y saludable.

Entendemos la ESI como una oportunidad para desarrollar un proceso de enseñanza-aprendizaje que permita que las personas adquieran habilidades y conocimientos vinculadas al cuidado del cuerpo, las relaciones interpersonales y la sexualidad. La escuela tiene un rol protagónico en la implementación de la ESI pero no es el único lugar en que educamos en sexualidad. Por lo tanto, la responsabilidad de conocer y reflexionar sobre estos temas nos incluye a todas las personas, de manera que contribuyamos a prevenir situaciones de riesgos, promover el cuidado y el ejercicio de derechos.

En ESI hablamos de cinco ejes, que se pueden abordar también en entornos digitales:

  • Perspectiva de género. Hablamos de brecha digital de género para entender y buscar soluciones que reduzcan la diferencia entre varones, mujeres y personas LGBTIQ+ en el acceso y uso de Internet y programas informáticos. Actualmente los varones tienen una posición dominante que se basa en su mayor poder económico pero también en condicionantes sociales y simbólicos que hacen que sean quienes estudian más carreras vinculadas a las tecnologías de la información y la comunicación y produzcan en mayor medida los contenidos y programas que utilizamos. Es necesario tanto que haya mayor participación de mujeres y personas LGBTIQ+ como que se incluya la perspectiva de género.
  • Respeto de la diversidad. Además de considerar el respeto de la diversidad sexual y corporal, vamos a mencionar la diversidad funcional y poner en foco la necesidad de reconocer a las personas con discapacidad, de modo que los programas informáticos, los dispositivos e Internet sean realmente accesibles.
  • Valoración de la afectividad. Como se mencionó previamente, la falta de un cuerpo visible y tangible en las interacciones virtuales hace que en ocasiones se desdibuje la existencia de otra persona con sus propias emociones, sentimientos, deseos, necesidades y problemas. Hacer presentes estos aspectos permite prevenir o detectar situaciones abusivas.
  • Ejercicio de derechos. El reconocimiento de derechos contribuye a la promoción de un uso activo en contraposición al consumo pasivo de lo que circula en Internet. En 2021 se realizaron en Google 5,7 millones de búsquedas por minuto. Frente a este enorme caudal de información es esencial el desarrollo de posturas críticas que permitan interpretarla, filtrarla y, así, ejercer ciudadanía.
  • Cuidado del cuerpo y la salud. Los medios digitales son espacios que nos pueden brindar información de calidad. Pero también potencian la distribución de noticias falsas respecto a prácticas de cuidado, salud y enfermedad, como vimos durante la pandemia por COVID-19.

En definitiva, tanto en relación a la sexualidad como a la reflexión sobre Internet y entornos digitales lo que promovemos son conocimientos para el ejercicio de derechos y la construcción de ciudadanía.