Memes, el corazón del lenguaje de la Internet 2.0

Tomás Balmaceda

Ricardo Fort se ofusca cuando su madre hace saltar los tapones de su departamento en Miami al meter un cuchillo en una tostadora eléctrica, Moria Casán se pelea en un móvil televisivo porque en un restaurante le ofrecieron sidra caliente en vez de champagne y Javier Mascherano mira a los ojos a Sergio Romero y le sentencia “hoy te convertís en héroe”. Parecen postales sueltas e inconexas de una mente afiebrada pero son mucho más: escenas del inconsciente colectivo de Internet en la Argentina, que fueron multiplicadas, transformadas, reutilizadas y reimaginadas para dar cuenta de cientos de ideas y sentimientos. Desde la aprobación de una política pública al rechazo de una noticia, pasando por un comentario sobre una serie de TV o una broma sobre el romance del momento. Desde comienzos del siglo XXI los memes inundan las redes sociales y se cuelan en los mensajeros instantáneos, en las publicidades, en la comunicación pública y en nuestra propia cabeza… ¿Quién no pensó instantáneamente en un meme al discutir con un familiar o con un jefe?

Lejos de un análisis simplista y miope que los considere solo una broma para pocos o un código reservado para un grupo específico, quiero defender la idea de que los memes son el corazón del lenguaje que se gestó en esta era social de Internet, que ocupó las últimas dos décadas de los 35 años que transcurrieron desde que se creó el dominio de Internet .ar. Los memes son vehículos increíblemente eficaces y precisos para transmitir complejos contenidos en donde se cruzan la cultura pop, la coyuntura histórica, la crítica social, la política y los puntos de vista de diversas comunidades. Si bien tienen un origen trazable e históricamente reconstruible, dan forma y reflejan el clima de época de una sociedad de una forma participativa, en una escala imposible antes del advenimiento de esta web 2.0. Si bien no todos los eventos que inspiraron memes serán recordados cuando se escriba la historia de nuestros días, no tengo dudas de que en el futuro será posible estudiar los albores del siglo XXI a través de los memes que fueron creados. Parafraseando una campaña publicitaria, estos últimos veinte años no fueron tan memorables como sí fueron “memerables”.

Origen y presente del término “meme”

Es común vincular a los memes con la obra del biólogo evolutivo Richard Dawkins, quien en 1976 utilizó el término en un esbozo de teoría sobre el cambio cultural.1 En su versión original, los memes eran pequeñas unidades de cultura que tenían la propiedad de propagarse de persona a persona mediante la copia o la imitación. El término fue elegido como un apócope del vocablo griego mimema y un guiño al término en inglés para gen (gene), ya que en la visión de Dawkins los memes eran análogos a los genes en tanto se transmitían de igual modo como replicadores que experimentan variación, competencia, selección y retención.2 Para él eran memes las creencias abstractas –como la existencia de dios–, las melodías pegadizas, las imágenes del folclore y los eslóganes. Y si bien muchos memes están compitiendo constantemente por la atención de los anfitriones, solo los adecuados a su entorno sociocultural triunfan y se transmiten, mientras que los otros perecen.

Dawkins no estaba pensando en Twitter, 4Chan o Taringa! cuando acuñó el término “meme”, y si bien en un comienzo la idea de la imitación y reproducción de un artificio cultural puede resultar atractiva, las ideas de este biólogo no son adecuadas para dar cuenta de la compleja y creativa intertextualidad de los memes que vemos hoy. A pesar de su bagaje teórico, un enfoque dawkiniano no ayuda a iluminar la intrincada lógica de las redes sociales. Abandonado, entonces, el camino de la etimología del término para entender qué es un meme, nos enfrentamos a una situación que nos deja perplejos: todos creemos saber qué es un meme pero a la hora de ponerlo en palabras descubrimos que no hay una única manera de definirlo. Es como si su esencia fuera resbaladiza y se resistiera a ser capturada por una única definición.

Para empezar a entender qué es exactamente un meme, un buen ejercicio es delimitar su extensión explicitando aquello que no es: un meme no está atado a un único medio, es decir que puede ser una imagen, un video, un conjunto de palabras o un sonido, por ejemplo; no tiene una única función, ya que puede ser una herramienta para hacer reír, emocionar, criticar o provocar y no es “un viral”, la manera en la que se suele denominar a un contenido que se expande rápidamente por las redes sociales. En cambio –inspirado en los trabajos de Limor Shifman, Michele Knobel, Colin Lankshear, Ryan Milner y Jean Burgess, entre otros– quiero defender que los memes se pueden caracterizar como contenidos digitales que son distribuidos por Internet por más de un usuario y que han sido transformados e intervenidos de manera colectiva. Por esta misma naturaleza, los memes son vehículos perfectos para condensar ideas y puntos de vista complejos y tienen la posibilidad de representar diversas voces y perspectivas, algunas incluso contradictorias entre sí.

Bajo esta definición caen tanto las imágenes retocadas digitalmente (como los “lolcats”, uno de los memes más populares una década atrás) y los dibujos sencillos (del estilo “Pepe the frog”, que comenzó como un cómic web y terminó siendo una forma de comunicación de partidos de ultraderecha en los Estados Unidos), así como también las frases que son tomadas de un contexto y transportadas al otro (como el “Vos sabés que sí” de la expresidenta Cristina Fernández o el “Pasaron cosas” del exprimer mandatario Mauricio Macri”) y las canciones y los videos (como la canción “Oh no” de Capone, popularizada en TikTok, o el clip “Cortaste toda la looooz” de Ricardo Fort).

Los memes, catalizador digital del espíritu de época

Por su naturaleza versátil y transformable, los memes permiten encarnar la participación prometida por la web 2.0, que aseguraba a comienzos del siglo XXI que todas las personas podíamos transformarnos en emisores en un renovado ecosistema de la comunicación que ponía de cabeza las teorías clásicas. El tiempo demostró que esta supuesta horizontalidad era más una expresión de deseo que una transformación profunda, ya que no solo se mantuvieron las estructuras tradicionales dentro de la lógica de producción y distribución de los creadores de contenido sino que las plataformas disponibles se concentraron en pocas empresas que además volvieron opacos los mecanismos algorítmicos detrás de escena.3

Aunque el origen de un meme es rastreable y sin dudas existe valor en conocer su historia, nunca explica de manera exhaustiva por qué se vuelven populares o para qué se utilizan. Tras su génesis, se da una propagación por redes, mensajería instantánea y otras plataformas de Internet que siempre parte orgánicamente de los individuos y que no puede ser forzada. Pero el potencial de un meme no se detiene con la acción de compartir la pieza original, que podría ser lo que se suele denominar “viral”, sino que su “valor memeable” se confirma a partir de su reinterpretación y reapropiación, tanto con intervenciones digitales como con su segmentación o su reubicación dentro de otras cadenas de significados. Aquellas interpretaciones más atractivas irán siendo a su vez compartidas y determinarán el futuro de ese meme.

De este modo, aunque su distribución siempre es individual, los memes tienen el potencial de convertirse en un fenómeno social compartido si logran sintonizar con el espíritu de época de ese momento para algún grupo dentro de Internet o si coinciden en su nuevo significado con los valores u opiniones de esas personas, con sus ideas, formas de comportamiento y puntos de vista.

Es una suerte de nuevo empaquetamiento en el cual pueden perder, y de hecho casi siempre lo hacen, no solo su forma sino también su contenido original, llegando al caso de que pueden incluso terminar significando lo opuesto a lo que en un comienzo el contenido quería expresar. Aunque hay muchas maneras de intervenir estos materiales –un proceso que cambia de acuerdo con las herramientas digitales disponibles, las tendencias del momento y las redes sociales–, en general pueden tomar la forma de la recontextualización, en la cual se orienta a reinterpretar cambiando el entorno pero no la pieza, y la remezcla o remix, vinculada con la manipulación del mismo contenido.

Por esta naturaleza, los memes se resisten a ser analizados con la misma perspectiva con que se investigan los mensajes de los medios tradicionales de comunicación, en los que hay una única fuente desde donde se irradia un contenido a muchas personas. En cambio, la naturaleza participativa y caótica de los memes rompe los paradigmas de qué es una comunicación interpersonal y en qué se diferencia de una comunicación masiva, además de instalar preguntas sobre la identidad de un emisor y cómo son los vasos comunicantes entre diferentes plataformas.

En tanto herramientas eficaces para acercar conceptos complejos a muchas personas y el resultado de la participación de muchos distintos autores, los memes no solo son parte del lenguaje común que los usuarios de Internet emplean a diario en redes sociales y plataformas para comunicarse sobre todos los temas posibles sino que son el corazón mismo de este verdadero esperanto digital que incluye, además, otras producciones propias como los emojis y los gifs y formatos propios como las “video reacciones”, los unboxing y los tutoriales.

¿Cómo interpretar un meme?

Sin embargo, entre los artefactos de comunicación que nacieron con Internet, los memes parecen ser más complejos y útiles que los emojis y los gifs a la hora de encapsular un contenido rico en un recurso tan económico como una imagen o un conjunto de palabras. En ese sentido los memes se acercan a las metáforas, uno de los recursos más interesantes de nuestro lenguaje. Durante siglos, el análisis y el estudio de las metáforas estuvieron a cargo de la filología y, en especial, de la retórica. Según esta visión tradicional, las metáforas son tropos, es decir, figuras que sirven para que una palabra tome un significado que no es propiamente su significado preciso. Según la definición de César Chesneau DuMarsais en su tratado sobre tropos de 1730, considerado la autoridad en la materia y la culminación de la retórica tradicional, la metáfora es la “figura por medio de la cual se transporta, por así decir, el significado propio de una palabra a otro significado que solamente le conviene en virtud de una comparación que reside en la mente”.

La metáfora, sin embargo, fue entendida durante siglos como un mero recurso decorativo, tal como la presentó Cicerón en De oratore en el año 55 a.C. Para el gran filósofo y orador romano, se trataba de un recurso disponible cuando no existía un término preciso para describir o dar cuenta de algo, y servía principalmente para agradar o impresionar a la audiencia, embelleciendo los discursos. Veinticinco siglos más tarde, esas ideas de Cicerón parecen corresponderse con lo que muchas personas aún creen que son los memes: meros recursos para caer bien, mostrarse relevante en redes o hablarle a una determinada audiencia. Sin embargo, nada está más lejos de lo que realmente ocurre: las metáforas son mucho más que simples adornos.

Lo mismo sucede con los memes, que en el campo del discurso político en sentido profundo de las redes son usados como contenidos que encapsulan puntos de vista ideológicos complejos y que pueden condensar en fotos instantáneas debates de identidad. Grupos subrepresentados como el colectivo transfeminista, por ejemplo, suelen usar memes para oponerse a los discursos transexcluyentes dentro del feminismo, así como las comunidades del autodenominado “orgullo gordo” enfrentan al discurso dominante de cuerpos hegemónicos con sus propias contradicciones a partir de memes. En las luchas de poder, los memes de Internet son armas discursivas muy eficaces, pero no tienen bando: una comunidad específica puede intentar adueñarse de un meme pero será en vano, ya que un bando contrario podrá remixarlo para que exprese lo opuesto o, peor aún, vaciarlo de contenido político y ofrecerlo como mero entretenimiento.

Si retomamos las ideas clásicas de la metáfora, veremos que con el advenimiento del Romanticismo y su renovada concepción del lenguaje en el siglo XIX la concepción ciceriana fue abandonándose y la metáfora fue resignificada, ya no como una anomalía del lenguaje sino como consecuencia de su pobreza a la hora de describir el mundo. En la filosofía, el camino de la metáfora fue aún más sinuoso pero en las últimas décadas fueron rescatadas como un elemento frecuente en el habla cotidiana, que puede encarnarse de muchas maneras, aunque siempre manteniendo que es la utilización de un elemento de un dominio específico que se inserta en uno ajeno para poder expresar algo cuando las palabras o términos tradicionales no bastan.4 Eso es exactamente lo que ocurre con los memes.

Existe, además, un atractivo adicional: de acuerdo con algunos psicolingüistas, la comprensión de las metáforas es directa, con un acceso “inmediato” al significado metafórico. Lo mismo ocurriría con los memes. Cualquier intento de parafrasear un meme y tratar de explicar nos deja, inevitablemente, con una sensación amarga de incompletitud, como si no pudiésemos transmitir de forma exhaustiva lo que se quiso decir. Es por eso que los memes son vehículos ideales para trasladar contenidos que de otro modo serían muy engorrosos de enunciar o, en ocasiones, directamente imposibles de transmitir con el simple lenguaje ordinario.

¿Sobrevivirán a la nueva web?

Quizá no nos toque a nosotros conocer exactamente el lugar que ocuparán los memes en la historia de la comunicación porque, como todo fenómeno contemporáneo, no contamos con la perspectiva y distancia crítica para evaluarlo en su justa medida. Sin embargo, nadie puede negar que vivimos una era hipermemética en la que tanto grandes como pequeños sucesos inspiran una corriente de memes. Son, sin dudas, uno de los pilares para comprender la cultura digital participativa, pero aún no podemos saber si existirán por muchos años más o simplemente serán una moda que pasa.

Y es que la supervivencia del meme parece atada a la del ambiente en que nació, la web 2.0. La llegada de una nueva era de Internet, que hoy parece estar ligada a las experiencias inmersivas de lo que en ocasiones se denomina metaverso, pone en duda muchos de los cimientos de la forma actual en que disfrutamos de Internet… ¿Habrá memes en la web 3.0? Aún no lo sabemos, pero en el caso de que alguna vez se decrete su extinción, no quedará más que reconocer que nos han brindado algunos de los mejores momentos vividos en el hiperespacio y que su despedida bien podría ser gritando “cortaste toda la looooz”, como bien anunció El Comandante.

1. Cfr. Dawkins, 1979.

2. Dawkins no lo sabía pero otras personas habían utilizado el término meme antes: el sociólogo austriaco Ewald Hering en 1970 para hablar de evolución cultural y el biólogo alemán Richard Semon en 1904. Ninguno de los tres análisis, como intentaré mostrar en este artículo, son útiles para entender los memes de Internet.

3. Cfr. Balmaceda, De Paoli y Marenco (en prensa).

4. Cfr. Wilson y Sperber, 2004; Camp y Hawthorne, 2014; Camp, 2019.

Bibliografía

Balmaceda, T., De Paoli, M. y Marenco J. (en prensa), Cultura de la influencia, Buenos Aires: Marea Editorial.

Camp, E. (2019). “Perspectives and frames in pursuit of ultimate understanding”. Varieties of Understanding, 17-46.

Camp, E. y Hawthorne, J. (2014). “Why Metaphors Make Good Insults”, Philosophical Studies.

Cicerón (1946). Obras completas, Buenos Aires: Argos.

Dawkins, R. (1979). El gen egoísta, Oxford: Oxford University Press.

Denisova, A. (2019). Internet memes and society: Social, cultural, and political contexts, Londres: Routledge.

Knobel, M. y Lankshear, C. (eds.). (2007). A new literacies sampler (Vol. 29), Nueva York: Peter Lang.

Luis, C.R. (2016). “Dumarsais y la gramaticalización del significado”. RAHL: Revista argentina de historiografía lingüística, 8(1), 29-36.

Milner, R. y Burgess, J. (2015). “The culture digitally festival of memeology: An introduction”. Culture Digitally.

Shifman, L. (2013a). Memes in digital culture, Cambridge: MIT Press.

— (2013b). “Memes in a digital world: Reconciling with a conceptual troublemaker”. Journal of computer-mediated communication18(3), 362-377.

Wilson, D. y Sperber, D. (2004). “Relevance theory”, en L. Horn y G. Ward (eds.), The Handbook of Pragmatics, Nueva Jersey: Blackwell.