Estoy en 40 grupos de WhatsApp

Mucho más que un millón de amigos

Lula González

 
 

Cuarenta, cua-ren-ta grupos de WhatsApp tengo. Uno con periodistas feministas, uno federal con colegas de diferentes provincias, uno con corresponsales extranjeros, otro con productores de radio y televisión, uno de “noticias bizarras”, otro con periodistas de otras redes sociales. To dos activos, más que los personales o sociales. Todos útiles y sin desperdicio, los uso todos los días.

Los grupos de las aplicaciones del celular, las diferentes redes sociales como Twitter, Facebook e Instagram se convirtieron casi en una extensión del cuerpo de todos los cronistas y productores que día a día intentamos informar con los desafíos que esta época plantea.

El momento preciso de mirar la pantalla del celular y sentir la adrenalina de la confirmación de la noticia son segundos de tensión, los dedos no alcanzan para mandar mensajes a las fuentes, alertar a los editores, chequear con los colegas y tal vez contestar a algún amigo que te pide información. Los chats se empiezan a llenar de preguntas y se necesita una rápida respuesta. A la vorágine del medio se le suma el deseo de querer tener la primicia (seamos honestos, muchos se mueren siempre por tener la novedad), de mostrarla, de ver quién la publica primero en las redes sociales. A veces puede salir mal y otras muy bien.

Soy una periodista nativa de redes, no tengo prejuicio en decir que me encantan y me divierto con ellas. Muy pocas veces publiqué en papel, muchos de mis nuevos colegas, por su juventud, ni conocieron esa emoción de la letra impresa. Mi primera nota firmada, mi estreno oficial en el periodismo, es de 2010, en El Tribuno de Salta. Facebook es de 2004. Sin embargo, en ese momento usar redes no era visto como algo profesional.

Las redes sociales se han vuelto socias inmediatas de los cronistas y productores periodísticos. Si alguna vez se las banalizó, o incluso en muchas redacciones estaba bloqueado el acceso desde las computadoras porque eran un elemento de distracción en el trabajo, hoy se convirtieron en parte de él. Nos dan notoriedad, visibilizan nuestro trabajo pero también pueden ser muy letales y agresivas, nos individualizan también para ser el centro de ataques cuando se manifiesta una opinión o una postura frente a algún tema.

Toda mi vida personal y también laboral está centrada en las redes sociales. He tenido experiencias muy valiosas a partir de esa interacción. Conocí personas que posteriormente se convertieron en mis amigos. Me permitieron seguir en contacto con mis afectos y colegas de Salta, mi provincia. Todos mis trabajos profesionales se han concretado gracias a publicaciones en las redes sociales, por lo que son muy relevantes en mi vida.

¿Qué es lo primero que hacés por la mañana? Yo me levanto, tomo mi medicación y miro el celular, tengo en mis notificaciones medios de comunicación nacionales e internacionales, cuentas de políticos, presidentes de diferentes países y periodistas. Además de los diarios, la noticia se encuentra allí, en las redes, desde hace mucho.

En 2018, cuando me desempeñaba como cronista en el Congreso de la Nación y se trataba la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, decidí en mi tiempo libre transmitir por redes sociales todos los detalles de ese momento histórico. Cubrí el tratamiento desde que el proyecto ingresó, las diferentes audiencias a favor y en contra, transmití conversaciones con los y las protagonistas, vivos (o lives, como prefieran llamarlos) por Instagram, Twitter,
Facebook. El día anterior al tratamiento de la ley en la Cámara Baja, fui asaltada en la calle. Desconsolada frente a la situación, un amigo me alentó a hacer una colecta por redes: en 24 horas pude recaudar el dinero para comprar un nuevo teléfono móvil y realizar las transmisiones durante ese día.

“Mi público” juntó el dinero, antes de que existieran los influencers que realizan colectas, para que yo los informe por las redes, donde se podía ver algo más, algo que los medios tradicionales no mostraban. El backstage, la cocina de Diputados, todo gracias a las redes.

En 2019 me quedé sin trabajo. Desolada, al salir del lugar del que había sido despedida, se me ocurrió tuitear en busca de un poco de consuelo frente a esa situación desagradable, tal vez esperando palabras de aliento en un lugar familiar, las redes son también un lugar de contención.

“Me acabo de quedar sin trabajo, no lo puedo creer. Si saben sobre algo, me avisan.” Gracias a la réplica del periodista Reynaldo Sietecase, muchos se hicieron eco y acompañaron con un retuit. Ese día me hicieron tendencia, con muchas palabras de amor y recomendaciones de mi trabajo. En dos horas, a partir de ese tuit, tuve dos propuestas de trabajo.

También, con el desarrollo del tiempo las redes sociales también ha radicalizado muchas voces y en algunos casos se han recrudecido los discursos fanáticos o de odio.

En mayo de este año, el día del Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas 2022 manifesté en redes sociales lo importante que era reconocer a aquellas personas que teníamos raíces indígenas y lo orgullosa que estaba de poder contar que mis antepasados tenían ese raigambre, pertenecían a pueblos originarios. Solo ese comentario bastó para ser blanco de ataques políticos, raciales, xenófobos y misóginos. Durante horas miles de personas me insultaron, me dijeron que “me vuelva a mi país” y sentí el hostigamiento en primera persona. Solo por emitir una opinión personal que no involucraba a terceros.

Internet nos supo mostrar la democratización de la información. ¿Pero cómo debemos trabajar con ella los trabajadores de prensa? ¿Cómo nos absorbe la idea del breaking news? ¿Allí se encuentra una de las primeras falencias que afronta nuestro oficio hoy por hoy? ¿Cómo, en medio de la precarización laboral, no olvidar el fin ulterior del periodismo para que la batalla no la gane el clickbait? ¿Se puede ser periodista sin tener redes? Al menos hoy, pienso que sin ellas en el mundo periodístico te quedás afuera.

En los primeros tiempos de redes sociales, muchas veces hemos incurrido en errores –sobre todo los que estamos en el llano, cronistas, movileros, aunque también otros colegas–, pero con el paso del tiempo, pudimos acomodarnos al juego de la relación información-Internet.

En 2017 diversos medios de comunicación publicaron la “primicia” de la muerte del sindicalista Gerónimo Momo Venegas. Fue su hija la encargada de desmentir e incluso criticar duramente al periodismo por difundir este hecho falso y no lo hizo en un medio de comunicación tradicional, sino a través de redes sociales. No fue una, sino dos oportunidades. Esta noticia me marcó particularmente porque en ese momento caí en cuenta de lo importante que es chequear y lo nocivas que pueden ser las fake news para personas cercanas o las familias del protagonista.

Hoy, en las redes, para morirte tenés que morirte muchas veces. La primera vez que te morís en Twitter es probable que no estés muerto. Badía, El Noba, Vargas Llosa. También puede pasar que no te morís nada, es probable.

Soy vecina del artista Aníbal Pachano. Una noche de domingo empezó a correr el rumor de su muerte en las redes sociales, y fui directo a su departamento con la intención de corroborarlo. Cuando me vio, dijo: “Ya sé, me mataron de nuevo; como verás, es falso”.

Tiempo después, en 2021 se supo que el ministro del Interior Eduardo Wado de Pedro había puesto su renuncia a disposición del Presidente. Fueron muchos los medios que difundieron que “era un hecho”, que había sido aceptada. Todas las desmentidas se hicieron a través de redes sociales.

Nos permiten, las redes sociales, mostrarnos, hacernos visibles como periodistas, nosotros ya no somos el medio sino individuos y nos siguen por determinados temas o por nuestras especializaciones. Más allá de nuestro lugar de trabajo, se nos individualiza, somos primero una arroba, y después un nombre. Incluso nos permite crear nuestra propia marca, en mi caso más allá del medio en que esté trabajando, uso un hashtag que empezó como una broma y terminó siendo una forma de reconocimiento: #LulaNews.

Los análisis políticos en Facebook de la periodista Cecilia González nos ayudan a comprender ciertos acontecimientos e incluso cuando se conoce alguna medida importante, los esperamos. En oportunidades buscamos la información concreta, precisa y seria de la periodista Noelia Barral Grigera desde el Congreso para conocer la información in situ, de fuentes confiables. Son fundamentales los ingeniosos tuits de Pablo Ibáñez sobre el panorama político, por nombrar a algunos de los colegas que es obligatorio leer para entender la agenda diaria.

Información primaria, procesada pero alejada de los intereses de las empresas de comunicación. ¿Cómo se capitaliza ese tipo de información? También, en sentido contrario, operan muchos periodistas que difunden noticias falsas dando lugar al crecimiento de discursos de odio, sobre todo cuando se cruzan intereses políticos. Una de cal y una de arena.

Durante la pandemia, uno de los recursos para sobrellevar el aislamiento fueron los lives en Instagram. Surgieron nuevas formas como Twich, para realizar transmisiones, para hablar de un tema específico. También crecieron otras, como los podcasts. O incluso TikTok, que en 30 segundos permite informar sobre algún evento.

Hubo un tiempo en que los blogs generaron un tráfico importante. Eras de WordPress o eras de Blogspot. Así nació el autor digital, los blogs venían, en sus plantillas predeterminadas, con una casillero para llenar que decía, en negrita: autor. Ahí ponías tu nombre. Fue la oficialización de que cualquier persona podía serlo. Se llamó bloguero a ese autor digital y cuando llegaron las redes ya estaba listo para hacer triunfar el pulso de su subjetividad, tener un muro en Facebook, sacarse una arroba en Twitter, armar su propia cuenta de Instagram, ser tiktoker y así sumar diferentes redes. Se trata del triunfo del autor, del propio creador de contenido. En nuestro caso, si es bien usado, potencia el periodismo.