El entorno digital: Pasado, presente y futuro

Pablo Boczkowski y Eugenia Mitchelstein

 

Pasado

Nos despertamos y miramos la pantalla del celular. Nos fijamos si tenemos algún mensaje en WhatsApp, alguna notificación de Instagram o Twitter, tal vez miremos el pronóstico del tiempo o el estado del tránsito. En esta práctica matutina se enlazan los tres entornos en los que vivimos: el entorno natural, el entorno urbano y el entorno digital. Los dos primeros han existido durante mucho tiempo: desde sus inicios como especie, cuando llevaban una existencia nómade, los seres humanos podían subsistir gracias a los recursos del entorno natural –a través de la caza y la recolección– pero también estaban condicionados por fenómenos como las tormentas y las sequías. Cuando hace alrededor de diez mil años los seres humanos desarrollaron la agricultura y comenzaron a llevar formas de vida más sedentarias, surgió el entorno urbano. Desde ese momento, la aparición y el crecimiento de aldeas y poblados primero, y ciudades después, fue conformada por, y dio forma a, múltiples facetas de la experiencia humana como el trabajo, el comercio, la educación y las relaciones de género.

En comparación, el entorno digital –el sistema de dispositivos y prácticas interconectados que interviene en casi todas las facetas de la vida cotidiana– es mucho más nuevo: tiene solo algunas décadas de existencia. Las tecnologías de información y comunicación existen desde hace siglos, desde las primeras tabletas de arcilla en las que surgió la escritura hasta la imprenta, que permitió la difusión de textos a una escala nunca vista. Sin embargo, hasta mediados del siglo XX se dividían en dos tipos de dispositivos y prácticas: medios masivos, como textos impresos, la televisión y la radio, y medios de comunicación interpersonal, como el correo, el telégrafo y el teléfono. Además, estas tecnologías eran apropiadas de maneras muy disímiles por sus usuarios y usuarias. La comunicación masiva y la conexión interpersonal se entrelazaron recién con el desarrollo de la informática. Aunque las primeras computadoras eran artefactos enormes, reservadas solo a especialistas, conforme aumentó la capacidad de memoria y procesamiento de datos, los dispositivos se fueron haciendo cada vez más pequeños hasta que llegaron los teléfonos inteligentes, pequeñas computadoras con múltiples funciones, que caben en la palma de una mano.

La historia del entorno digital no se puede separar de sus primeros pensadores: desde Vannevar Bush, que en 1945, desde una oficina del gobierno de Estados Unidos ideó el Memex, un dispositivo que permitía buscar información almacenada en una gran base de datos conectados entre sí, precursor conceptual de Internet y el hipertexto, hasta los intelectuales y artistas que, a partir de la década de 1950, buscaron combatir el potencial autoritario de los medios masivos con sistemas multimedia interactivos. Estas visiones confluyeron en el desarrollo de Internet, la implementación del protocolo TCP/IP en los años setenta, y el surgimiento de las primeras comunidades virtuales en las décadas de 1980 y 1990, como WELL (Whole Earth ´Lectronic Link, Vínculo Electrónico de Toda la Tierra). Esta visión envolvente e interconectada tuvo varias iteraciones, pero todas están unidas por la idea de una comunicación multidireccional y en red, de muchos a muchos, sostenida por dispositivos portátiles y ubicuos. El entorno digital, entonces, surge de la conjunción entre la evolución de las tecnologías de información y comunicación, y los cambios culturales y sociales que se dieron a partir de la segunda mitad del siglo XX.

Presente

El entorno digital tiene cuatro características distintivas: totalidad, dualidad, conflicto e indeterminación.

La totalidad alude al hecho de que, aunque el entorno digital está conformado por artefactos y dispositivos discretos, como cables submarinos, granjas de servidores, teléfonos inteligentes y plataformas de redes sociales, la mayoría de las personas lo viven como un sistema integral que abarca todos los aspectos de la vida social, desde el nacimiento a la adultez. Niños y niñas juegan con los celulares de sus padres desde que son bebés, y se comunican con integrantes de su familia a través de videollamada de manera cotidiana. La conexión con lo digital se está volviendo la norma, al punto que Sonia Livingstone y Julian Sefton-Green, en su libro The Class: Living and Learning in the Digital Age (La clase: Vivir y aprender en la era digital), recomiendan enseñar a los escolares “el valor de la desconexión positiva”. La totalidad no solo abarca las relaciones sociales, sino también la percepción de las personas de sí mismas, el sentido de identidad que surge a través de los recuentos mediáticos que dejan en las diversas plataformas en distintos momentos de sus vidas, como señala Lee Humpreys en The Qualified Self: Social Media and the Accounting of Everyday Life (El yo calificado: redes sociales y el recuento de la vida cotidiana).

La idea de dualidad implica que el entorno digital, al igual que las ciudades, se construye y se mantiene en la vida cotidiana socialmente; pero se percibe como un sistema autosuficiente cuyo diseño y desarrollo tienen consecuencias más allá del control de la mayoría de las personas, que experimentan sus oportunidades y limitaciones como inmutables. Sin embargo, los dispositivos del entorno digital no caen del cielo: son diseñados, construidos y puestos en marcha por individuos y grupos, que a su vez están insertos en sistemas sociales con determinadas relaciones de poder, regidas por el género, la etnicidad y clase, entre otros factores. Aunque el entorno digital tienda, como su contraparte urbana, a reproducir las desigualdades, en ocasiones, la agencia humana utiliza sus artefactos y herramientas para subvertir el orden establecido. Voces históricamente silenciadas en los medios masivos, como las de las mujeres o las minorías étnicas utilizan las plataformas de redes sociales para cuestionar las relaciones de poder existentes. Los movimientos #NiUnaMenos o #BlackLivesMatter (#LasVidasNegrasImportan) son ejemplos de esto.

Esta dualidad está conectada con la tercera característica del entorno digital: la centralidad del conflicto. Como el entorno digital es construido por individuos y grupos con agendas específicas para promover sus intereses y utilizado por otros individuos y grupos que pueden tener agendas e intereses diferentes, e incluso contrapuestos, el conflicto es simplemente inevitable. Así como el entorno digital permite que las causas progresistas expandan el alcance de sus consignas, también les da voz a causas reaccionarias, como el supremacismo blanco o la misoginia organizada. Como plantea Yochai Benkler en Network Propaganda: Manipulation, Disinformation, and Radicalization in American Politics (Propaganda en red: Manipulación, desinformación y radicalización en la política estadounidense), el discurso público en el entorno digital tiende a radicalizar las posiciones preexistentes, y cuanto más intensa se hace la defensa de puntos de vista opuestos, más probable es que haya un debate álgido en la sociedad. Lejos de los discursos optimistas que planteaban en la década de 1990 que la esfera pública on line permitiría llegar a una solución consensuada a todas las controversias, las grietas sociales –y los conflictos subsiguientes– siguen vigentes en el entorno digital.

La dualidad y el conflicto explican la cuarta característica del entorno digital: la indeterminación. Debido los intereses enfrentados, el futuro del entorno digital no está fijado. Cuando la desinformación y las noticias falsas comenzaron a ser parte de la discusión periodística y académica, luego de la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos y el Brexit, columnistas y expertos expresaron su preocupación por varios futuros distópicos: noticias falsas que amenazan el orden democrático, plataformas de redes sociales que influyen en las elecciones y procesos de automatización que disminuyen masivamente la mano de obra. Estas advertencias tienen un hilo conductor: la certeza sobre las consecuencias sociales negativas de la vida en el entorno digital. Sin embargo, la combinación de dualidad y conflicto sugiere que el juego entre agencia y estructura en el diseño, implementación, apropiación y regulación de las nuevas tecnologías, así como el conflicto derivado de las agendas en tensión entre los distintos grupos e individuos on line, indican que las consecuencias sociales de los desarrollos tecnológicos no están talladas en piedra.

Lo que suceda con la construcción y el uso de las innovaciones en el entorno digital es indeterminado. Desde ya, subsisten las relaciones de poder que hacen que algunos posibles resultados sean más probables que otros, pero el desenlace a menudo depende de factores variables e impredecibles. Por ejemplo, a pesar de la preocupación por la desinformación, varios estudios indican que las noticias falsas ocupan una minúscula proporción de la dieta informativa de la ciudadanía, y en varias elecciones desde 2016, la controversia a raíz del contenido falso fue mínima. En contra de la preocupación por la pérdida de la democracia, Andrew Chadwick, en su libro The Hybrid Media System: Politics and Power (El sistema de medios híbrido: Política y poder), propone que, en la sociedad contemporánea, los ciudadanos comunes tienen una mayor capacidad para influir en la opinión pública que a mediados del siglo XX, cuando los periódicos y la radiodifusión dominaban. Y aunque varios procesos laborales están automatizados, Mary Gray y Siddharth Suri presentan el concepto de la “paradoja de la última milla de la automatización”, por la que las personas siguen realizando trabajos, como la moderación de contenido en redes o el etiquetado de imágenes, que las computadoras no pueden hacer igual de bien. En su libro, Ghost Work: How to Stop Silicon Valley from Building a New Global Underclass (Trabajo Fantasma: Cómo impedir que Silicon Valley construya una nueva infraclase global), Gray y Suri abogan por los derechos de estos trabajadores: su futuro tampoco está –ni debería estar– determinado por la tecnología.

Futuro

Totalidad, dualidad, conflicto e indeterminación: estas cuatro características del entorno digital están inextricablemente ligadas. La totalidad implica que cada vez es más difícil que el entorno digital no condicione, de manera directa o indirecta, a todos los habitantes del planeta Tierra. Pero los seres humanos no son ladrillos en la pared digital. Aunque la inmensa mayoría de las personas no ha diseñado el entorno digital, lo sostienen y lo reproducen a través de sus prácticas cotidianas, y también lo pueden modificar. La dualidad explica cómo los entornos sociales mutan y se transforman. En el caso del entorno digital, su relativa novedad, en comparación al entorno urbano, hace que las oportunidades para que las personas transformen aplicaciones, dispositivos e infraestructuras sean mayores ahora que dentro de unas décadas. El potencial para cambiar las estructuras y prácticas del entorno digital está relacionado con el alto nivel de conflicto sobre las reglas y la asignación de recursos en los diversos dominios del entorno digital. Los debates sobre cuestiones cruciales como la discriminación (de género, racial, étnica y de clase), la retribución salarial, la libertad de expresión, el monopolio y la supervisión gubernamental, entre otros, están lejos de estar resueltos. El conflicto es inevitable. Las personas pueden –podemos– actuar de manera individual y colectiva para promover cambios. Si no lo hacemos, si nos resignamos al entorno digital tal cual está, y descartamos el rol constructivo del conflicto, solo lograremos consolidar las actuales relaciones de poder. Está en nuestras manos construir un entorno digital más equitativo, más inclusivo y más amable. El futuro no está escrito.